«Herir la unión es sembrar la raíz de la discordia.»
(Anónimo)
El mensaje de Navidad del S.M. el Rey Felipe VI no solo ha sido un llamado a la unidad y al entendimiento desde la serenidad, sino también un espejo que refleja las tensiones que atraviesan nuestra sociedad. Sin embargo, resulta especialmente significativo que sean precisamente aquellos que más han atacado y continúan haciéndolo a la integridad nacional y la democracia quienes tratan con mayor vehemencia en despreciar la figura del monarca como símbolo del Estado de Derecho.
La crítica al discurso navideño de algunos de estos líderes políticos, en lugar de centrarse en propuestas constructivas, parece obedecer a estrategias calculadas para erosionar la legitimidad de una institución que, desde su origen constitucional, representa la unidad y la continuidad del país. Estas formaciones políticas, en su afán de deslegitimar al Rey, intentan desviar y esto es lo grave y realmente importante, la atención de los valores esenciales que su mensaje defendió: solidaridad, serenidad, bien común y acuerdo en torno a lo esencial.
La figura del monarca, lejos de ser un obstáculo, es un referente en momentos de incertidumbre. Siempre lo ha sido. Su discurso recordó que el consenso y el pacto, pilares fundamentales de nuestra democracia, son indispensables para abordar los retos actuales. Sin embargo, quienes buscan fragmentar la convivencia y debilitar nuestras instituciones ven en su figura una barrera para sus fines. Su rechazo al mensaje del Rey no es más que un reflejo de su intención de romper los cimientos del pacto constitucional que garantiza nuestras libertades y derechos como ciudadanos libres e iguales.
Es preocupante que estas estrategias tengan como objetivo implantar un relato que fomente la crispación y el enfrentamiento, en lugar de propiciar soluciones a los problemas que afectan a la ciudadanía. Al despreciar el llamado a la serenidad y al diálogo, estas voces no solo se oponen al mensaje del Rey, sino que renuncian a la posibilidad de construir un futuro basado en el entendimiento y el bien común, de un lado, y a destruir todo lo logrado hasta ahora, de otro.
El discurso navideño fue un recordatorio explícito de que incluso en las diferencias, es posible y necesario encontrar puntos de encuentro que beneficien a todos. Defender estos valores no es solo una cuestión de lealtad institucional, que también, sino una necesidad imperiosa para preservar la cohesión social y continuar avanzando como nación libre y democrática. Frente a los ataques, más o menos encubiertos, corresponde de un lado, a la sociedad reafirmar su compromiso con los principios que nos unen, y de otro a las instituciones, fortalecer su labor en defensa de nuestra democracia y Estado de Derecho.
Como monárquico, creo importante destacar que los ataques al Rey no son aislados ni espontáneos ya que desde mi punto de vista posiblemente forman parte de una estrategia deliberada de aquellos sectores que han demostrado, con hechos y palabras, su desprecio reiterado por los pilares fundamentales de nuestra convivencia. Desde la desobediencia a las leyes, hasta la promoción de relatos y normas divisivas, estas formaciones políticas buscan debilitar la figura que simboliza la continuidad histórica y el marco constitucional que garantiza nuestras libertades, porque S.M. no solo representa a la institución monárquica, sino también a los valores democráticos y al consenso que nos ha permitido progresar como sociedad.
El desprecio hacia el mensaje del monarca revela, además, un rechazo a la estabilidad que aporta al sistema democrático. No es casual que los mayores detractores del Rey, -que por cierto, son minoría cuantitativamente hablando respecto a los 47 millones de la población española- sean también los principales responsables de fomentar la polarización y el enfrentamiento y por tanto, la devaluación de nuestra sociedad. Su actitud obedece a intereses partidistas que anteponen a los del conjunto de la ciudadanía, buscando minar la confianza en las instituciones para avanzar en sus propios objetivos ideológicos, es decir, sus propios intereses al margen o por encima de los de la mayoría de ciudadanos.
Por todo, considero que es más necesario que nunca reivindicar el papel del Rey como símbolo de unidad y auténtico representante del pueblo. Su llamado a la solidaridad, la serenidad, el bien común y el acuerdo en torno a lo esencial no debe quedar eclipsado por las minoritarias voces interesadas, que curiosamente además viven -y muy bien por cierto- de ello, que promueven la discordia y el enfrentamiento. Al contrario, debe servir como un punto de partida para reflexionar sobre lo que realmente importa: fortalecer nuestra democracia, proteger nuestras instituciones, denunciar la corrupción en todos los ámbitos (ético, moral y político) y comprometernos aún más y de manera más clara por trabajar juntos por un futuro mejor para todos, aislando todo lo que nos divide o trata de dividir.
Juan A. Pellicer
Sursum Corda (Arriba los corazones)
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