«Lo más vergonzoso no es cometer una injusticia, sino tolerarla.»
(Sócrates)

No escribo estas líneas desde el enfado momentáneo ni desde la sorpresa reciente. Lo hago desde la responsabilidad cívica de quien lleva años señalando lo que otros prefieren callar. La situación que atraviesa España no es nueva, pero se agrava cada día que pasa sin que nadie asuma el deber de plantar cara al deterioro democrático que padecemos.

«Somos el país de la Unión Europea con la mayor tasa de pobreza infantil, la tercera en pobreza relativa y la quinta en pobreza absoluta. Lideramos el paro general, el femenino y el juvenil. A eso se suman más de 140.000 millones en subidas fiscales, una presión impositiva creciente sobre las clases medias y trabajadoras (C. Cuesta “la trinchera” 11-5-25)«, el colapso de la justicia, la ocupación política de las instituciones, el agujero de empresas privadas (TVE y Correos entre otras), el caos de los transportes y un descrédito internacional que nos empuja a un lugar residual en el concierto europeo. Y, sin embargo, lo más doloroso no es solo el daño que se hace desde el poder, sino la pasividad de quienes podrían y deberían impedirlo, concretamente, la oposición o como titulo este artículo “el Ministerio de la oposición” que es lo que real y prácticamente parece. «La única cosa necesaria para el triunfo del mal es que los hombres buenos no hagan nada.» (Edmund Burke)

Pero siendo esto alarmante, lo que resulta aún más preocupante es la actitud de estos partidos porque no es cuestión de que aparezcan o no en una manifestación concreta -que si deberían aparecer-. No basta con asistir a una foto. Lo que falta es coherencia, integridad, liderazgo. Falta una oposición que ejerza como tal, que no se limite a construir eslóganes o a esperar que el desgaste del Gobierno les acabe dando lo que no han sabido conquistar en la calle. Da la impresión de que muchos de ellos han asumido con comodidad su papel decorativo, acomodados en la retaguardia mientras el país se resquebraja.

Se aferran a su condición de oposición institucional como si fuera una medalla, cuando en realidad la han convertido en un salvavidas personal. No tienen prisa, no se angustian, no sienten el dolor social como una urgencia moral. Desde sus despachos, con asesores bien pagados y agendas repletas de gestos, siguen cada día sus rutinas sin asumir el deber de agitar conciencias, movilizar a la sociedad ni construir una alternativa seria y firme.

Pareciera que poco o nada les importan los ciudadanos que trabajan y tributan, que sufren la inflación, la inseguridad jurídica y el abuso institucional. Como tampoco parecen conmoverse ante la degradación institucional, la polarización o la censura disfrazada de progreso. Estos políticos del “ministerio de la oposición” viven en una burbuja parlamentaria donde el verdadero drama nacional se convierte en una estadística de uso retórico, o simple y vergonzosamente, es cosa de otros.

Creo que no es el momento de estrategias, sino de convicciones. No es el momento de cálculo de votos, sino de defensa de valores. A lo largo de los años he sostenido una voz crítica, rebelde y libre, a menudo mucho más clara que la de quienes hoy aspiran a representar la alternativa. Y lo digo no desde la vanidad, sino desde la decepción que muchos de estos opositores me generan, porque sinceramente creo que no están cumpliendo su misión. Se vigilan entre ellos más de lo que vigilan al poder. Se dividen donde deberían unirse. Se muestran tibios donde se requiere firmeza.

No basta con no ser el Gobierno, hay que demostrar que se está dispuesto a enfrentarlo con dignidad, coraje y altura moral. No hablo de gestos puntuales, sino de una actitud continua. Si no pueden liderar la esperanza, al menos que no estorben o confundan a quienes aún creemos que España merece algo mejor que esta resignación disfrazada de estrategia.

Juan A. Pellicer

Mayo 2025

Sursum Corda (Arriba los corazones)