“La belleza cautiva al cuerpo para obtener permiso de entrar al alma”
(Simone Weil)
No es nostalgia, tampoco ingenuidad. Es, sencillamente, una decisión que consiste en apostar por la belleza -la de dentro y la de fuera- en tiempos de ruido y barro. Y no me refiero a una belleza superficial ni decorativa, sino a esa forma de estar en el mundo que elige la dignidad, que cuida el lenguaje, que respeta al otro. Esa belleza que no se compra ni se impone, pero que se reconoce —con nitidez— cuando aparece. Porque es limpia. Porque no finge. Porque no necesita gritar.
Digo “belleza” y pienso en lo que algunos quieren hacer desaparecer, la palabra que no insulta, el gesto que no humilla, la diferencia que no hiere. Hay quien desprecia todo eso tildándolo de cursilería o debilidad, pero no lo es. Es fortaleza sin aspavientos, elegancia sin alarde, humanidad sin propaganda. Y no es una actitud pasiva, antes al contrario, es una toma de postura. Es decir ¡hasta aquí!, no paso por ahí, no me sumo, no cuentes conmigo.
Veo cada día cómo se intenta imponer la estética de lo feo, el desprecio, el grito, el cinismo, la arrogancia, la prepotencia… Se aplaude al mediocre, se premia al manipulador, se da voz al que insulta y se relega al que razona. Y me rebelo. No desde la nostalgia, sino desde la convicción. No me interesa adaptarme a la bajeza ni a la estulticia. No creo que haya que normalizar lo que degrada y corrompe. Afortunadamente para mí siento que en esta batalla no estoy solo. Hay millones de personas que siguen apostando por lo bueno, lo justo, lo íntegro. Personas que no necesitan discursos, solo espacio para respirar.
Dostoyevski escribió que “la belleza salvará al mundo”. No sé si lo hará, pero sí sé que apostar por ella nos salva de convertirnos en aquello que despreciamos. En medio de la podredumbre, sostener una mirada limpia es un acto de resistencia. No mirar hacia otro lado. No justificar lo injustificable. No anestesiarse. Una forma de no ser masa.
La belleza también es política, social, ética. Está en el que ayuda sin exhibirse. En el que dice la verdad sin aspereza. En la mujer que no se arrodilla. En el hombre que no se endurece. En la mirada limpia del niño que aún se asombra. En la lucidez del adulto que no acepta respuestas cómodas. En la calle donde aún se saluda. En el café compartido sin cálculo. En la amistad que no se explica, pero se mantiene y sigue emocionando.
Es allí donde quiero estar.
No escribo esto para convencer a nadie. Escribo para no callarme. Para nombrar lo que me importa. Para recordar que aún se puede elegir sin gritar, vivir sin aplastar, avanzar sin envilecerse, porque la belleza no se impone, se cultiva, se defiende, se contagia.
Y aunque algunos intenten hacerla desaparecer con sus manos de barro y sus almas de hielo, cada vez que aparece, les desarma.
Juan A. Pellicer
Sursum Corda (Arriba los corazones)
Junio 25
Parecería una controversia si no supiéramos que la fealdad y la belleza van unidas como la uña al dedo, en una comparación constante como la verdad y la mentira, una representativa de toda la bondad, siendo la otra un engaño, inútil y discordante con todo, en la misma naturaleza. Esa armonía esperada, se rompe por cualquier asimetría tanto en la mente del hombre, como en la pureza o intereses de su pensamiento,difícil encontrar en estos momentos de nuestra historia la empatía, esta está en constante lucha con el sentido común con un desequilibrio desde la perspectiva armónica de relaciones entre tipos contrarios en todo. Rousseau nos decía «si quitaseis de nuestros corazones el amor a la belleza moriría el encanto de vivir» Pero la esperanza nos empuja a buscar ¿Cómo solucionar la fealdad?, ¿escondiendo todo lo feo en criptas y esperando que esa fealdad no resucite jamás? No deberíamos esperar todo de la belleza y nada de la fealdad, ambas decisiones nos llevarían al desencanto dentro de nuestras almas hundiendonos en la desesperanza de dejándonos huérfanos de fuerza, decisión y ansias de lucha por conseguir igualar esa creencia de que podemos limpiar lo oscuro sin ensuciar lo claro, todo se mezcla en el deseo de una igualdad si no se usa la razón. Separar el bien del mal ha sido imposible a lo largo de toda nuestra historia, solo se conseguirá cuando brille el amor, esa virtud divina que resplandece en el alma, pero aun tropezamos en su búsqueda, no desistir hasta que miremos dentro de nosotros con la perspectiva propia de que el dolor también nos duele a cada uno de nosotros y por ende a todos nosotros. sigamos ese camino, no dejar la lucha por el éxito y sea lo que dios quiera.
Muchas gracias Chema por tu reflexión. Un abrazo
Muy bien Juan!!!saludos!!!
Muchas gracias Jose. Un abrazo.