«A veces, el problema no es que manden los incapaces, sino que lo hagan convencidos de merecerlo. Y con aplausos.» (Anónimo)
La palabra mérito ha sido arrojada al vertedero con la misma facilidad con la que hoy muchos y muchas acceden y ascienden en algunas empresas y organismos publicos, sin examen, sin experiencia y sin vergüenza.
Los mediocres se han atrincherado en el poder, y no por error, sino por sistema. No temen ser descubiertos, les basta con repetir el dogma, levantar la pancarta correcta y obedecer sin pestañear.
La meritocracia ha sido sustituida por un engendro que no figura en el diccionario pero que todos reconocen: la putitocracia.
Un régimen donde se premia la genuflexión, se honra la lealtad ideológica y se castiga cualquier amago de pensamiento propio. Un régimen donde no importa saber, sino saber a quién. Donde no se asciende por capacidad, sino por servidumbre.
Y los mediocres… aunque sean de carrera y con mucho máster, siguen siendo eso: mediocres. Porque el título no salva de la cobardía, ni el diploma cura la obediencia servil. El mérito real no lo otorgan las universidades, sino la conciencia. Y eso, o se tiene, o se pierde en el primer despacho con moqueta.
Antes, al menos, había que fingir algo de talento. Ahora ni eso. Basta con hacer ruido en redes, firmar donde manden y jamás, jamás discrepar, porque no hay mayor mérito que callar lo que se piensa y aplaudir lo que se desprecia.
¿Y el resultado?
Consejos, cargos, direcciones, ministerios ocupados por un desfile de obedientes con currículo vacío.
Los exámenes se sustituyen por cuotas. Las oposiciones, por afinidades. La dignidad, por conveniencia.
Pero la “putitocracia” no sólo degrada al poder, también adormece al ciudadano. Le enseña que esforzarse no vale la pena, que pensar por cuenta propia puede ser peligroso, que callar es más rentable que disentir. Se inocula así una resignación mansa, un cinismo progresivo que acaba por disolver el alma colectiva. La mediocridad, cuando se convierte en norma, no sólo humilla al talento sino que lo desactiva.
Y mientras tanto, los hombres y mujeres verdaderamente valiosos —con o sin títulos— resisten en silencio en sus oficios, en sus principios, en su manera de mirar el mundo sin dobleces ni disfraces. Gente sin despacho, pero con palabra. Sin galones, pero con decencia.
La putitocracia no es solo una anomalía, es un síntoma grave. Y si seguimos premiando al obediente por encima del valiente, al servicial por encima del honesto, pronto no quedará nada que gobernar, solo ruinas, y un eco que no es otro que el del mérito que dejamos perder.
Tal vez por eso, en tiempos oscuros, no fueron los poderosos quienes salvaron la dignidad de los pueblos, sino los hombres anónimos que no quisieron vender su alma.
En la Alemania nazi, cuando el régimen exigía obediencia ciega, un solo hombre —August Landmesser— se negó a levantar el brazo durante un acto público. La fotografía lo muestra, firme entre una multitud de brazos extendidos. Fue expulsado del partido, encarcelado, destruido por el sistema. Pero su imagen sigue en pie.
Nunca tuvo un título importante, ni despacho. Solo tuvo algo que hoy escasea, una espina dorsal forrada de dignidad.
Y quizá eso sea lo que más teme la putitocracia no al sabio con diploma, sino al ciudadano que, en silencio, decide no someterse.
Juan A. Pellicer
Sursum Corda (Arriba los corazones)
Y es que la verdad puede disfrazarse de mil maneras cuando no resulta muy interesante escucharla por lo que de doliente pueda o deba tener o duela más o menos, pero esto no va en menoscabo de saber recibir con honestidad lo que la verdad tiene de razón o de razón pueda tener esa verdad que se cae por su propio peso.
Estos malditos tiempos donde se da a quien no se lo gana, se engorda a quien ya pesa su peso en barro, y se deja sin peso y sin barro a quien puede soportar una sociedad para bien del conjunto de la misma, siendo cada uno y cada cual quienes han ayudado a confeccionar el adobe para construir este enjambre de zánganos que ni para cocer el barro han valido y en cambio se creen los balidos para habitar ese hogar llamado estado ( donde nos encontramos todos, ellos también mal que nos pese) y que están tratando en beneficiarse a pesar de todo y de todos, sin importarles un bledo mas que lo que de beneficio puedan obtener.
mas parece mi comentario una mala coletilla de lo que mi antecesor a este comentario ha escrito con la sabiduría de lo que lo yo tildaría de un visionario de verdades tantas como llevo leyendo a cual mas verdad y a cual de ellas con más razón, debieran ser el catecismo de cualquiera de nosotros y entre todos si no individualmente, tan valientes como el, para hablar con la verdad, para la verdad y donde la verdad se sepa escuchar, echando a un lado los intereses sectarios y contrarios a una buena habitabilidad a nivel general y PATRIO , de una tierra natal o adoptiva a la que estamos o debiéramos estar ligados como seres humanos por esos vínculos, jurídicos, históricos, afectivos y deudores con aquellos que sufrieron y lucharon por darnos este derecho el de poder luchar por la verdad, y por la libertad de poder hacerlo por el bien común, porque como decía mi abuela, «aquel que quiera peces que se moje el culo» que uno se cansa de trabajar como hormigas, para cuatro CIGARRONES QUE NO SORBEN PA NÁ. Chema Muñoz©
Muchas gracias Chema, por hacerte eco de estas letras, las cuales nacen de la vergüenza ajena que, desde mi perspectiva va siendo cada vez mayor, se va instalando ante los comportamientos y actitudes que dia si y día tambien estamos siendo testigos. Un abrazo desde el Mar Menor de España.