“Los crímenes del poder no deberían prescribir,
porque dejan heridas en la patria, no en el papel.” (Juan A. Pellicer)
“Pido perdón a la ciudadanía…” dijiste en tu intervención, una vez más por cierto.
No me pidas perdón con voz de seminarista arrepentido, después de años ejerciendo de inquisidor. No me pidas perdón ahora, cuando todo se desmorona y el hedor a corrupción ya no lo tapan ni tus aduladores, ni tus palmeros, ni los lameculos bien pagados ni tampoco tus telediarios reciclados en panfletos. No vengas a teatralizar el arrepentimiento con los ojos entrecerrados como quien reza sin creer, mientras el maquillaje —ordinario y esperpéntico— esconde más cinismo que pudor. Como si bastara un gesto para borrar el historial delictivo —ético, político y moral— de tu mandato.
No, no te perdono, porque no se perdona al que ha convertido el poder en un refugio de impunidad y en un blanqueo constante a los herederos de terroristas asesinos y a golpistas a la patria. Al que pactó con lo que juró combatir. Al que vendió la dignidad de un país por siete escaños y una foto en el Falcon como muestra de todo el poder.
No se perdona al que rompió la palabra dada, intentó manipular la justicia, colonizó las instituciones y despreció a media España mientras guiñaba el ojo a los enemigos de la nación.
El perdón no es un comodín de última hora, ni una estrategia de marketing emocional. El perdón, se pide de rodillas… no desde un atril rodeado de cámaras y periodistas con control de intervención. Y aun así, habría que merecerlo. Y tú, desde mi punto de vista, no lo mereces. Nunca lo has merecido. Nunca lo merecerás.
¿Pedir perdón ahora, cuando el agua ya te llega al cuello? ¿Cuando los casos de corrupción salpican a tu entorno más cercano, a tu partido… y hasta a tu sombra? ¿Cuando ya no puedes tapar con eufemismos y barreras de humo la podredumbre y miseria moral de tu círculo íntimo?
No te confundas. No estás arrepentido. Estás acorralado. Y no se perdona al que pide perdón solo porque le pillaron —o porque teme que lo pillen—, porque en ese caso no hay vergüenza ni arrepentimiento, sino miedo. Porque no buscas redención, sino votos. O lo que es peor, buscas blindarte ante la justicia. Porque, como advirtió Albert Camus con lucidez incontestable, “los tiranos han encontrado en la propaganda lo que el acero les negó”. Y tú lo supiste desde el principio, entendiste que bastaba con convertir los medios en correa de transmisión para disfrazar la opresión de justicia, la mentira de relato y el cinismo de virtud.
Yo no olvido las humillaciones. Ni las mentiras constantes. Ni la soberbia con la que desprecias y atacas cualquier crítica. A mí, como a cientos de ciudadanos, tus hordas mediáticas —tan casposas y perversas como serviles— me han bloqueado en numerosas ocasiones espacios en redes limitando mi libertad de expresión, porque lo que decía ni te gustaba a ti ni les gustaba a ellos. Tus «padres» políticos truncaron mi carrera profesional que tanto me costó conseguir y de la que tan orgulloso me sentía.
No olvido la destrucción paulatina del Estado de Derecho. Ni tu cruzada contra jueces, periodistas y ciudadanos libres. No olvido a los huidos privilegiados que hoy legislan en tu nombre. Ni las víctimas de tus negligencias: Dana, COVID, La Palma, ELA… Ni a tantos españoles decentes que has señalado, despreciado o silenciado.
No, presidente, de mí no obtendrás el perdón. Ni hoy, ni mañana, ni cuando tus bien pagados asesores te recomienden otra campaña de redención. No te debo ternura.
Te debo memoria. Y yo, a diferencia de ti, cumplo mi palabra.
Por cierto, son las cinco, márchate a comer. Nosotros ya hemos “tragado” bastante.
Juan A. Pellicer
Sursum Corda (Arriba los corazones)
0 comentarios