“Hay crímenes que no manchan, pero degradan.” (Gustave Thibon)
Un dirigente del partido gobernante se ha preguntado el por qué los odian. No lo entiende. No puede. Y no puede porque hace tiempo que la formación política de la que forma parte vive de espaldas al alma del pueblo, de su herida. Cree —este sin vergüenza— que el rechazo nace de una campaña adversa. No alcanza a ver este mediocre que ese desprecio no tiene que ver con ideologías, que también, sino con agravios morales y heridas hondas.
No pretendo aquí enumerar los desastres ya conocidos: Gestión del Covid (con miles de muertos); el abandono y el desprecio ante la Dana («si necesitan algo, que lo pidan» tras huir vergonzosamente); la indiferencia ante el volcán de La Palma; la corrupción institucionalizada; los pactos con enemigos de la patria… Todo eso ya está en la memoria de los ciudadanos.
Lo que verdaderamente importa señalar —más allá del escándalo visible— es lo sutil y profundo, ese daño invisible que habéis sembrado, y que hiere donde más duele. Porque hay heridas que no sangran, pero desgarran la conciencia.
Te preguntas por qué os desprecian. Tal vez porque mentisteis al noble pueblo español. Porque os burlasteis de su historia. Porque convertisteis la excelencia en sospecha, degradando el mérito. Porque dividisteis con saña a padres contra hijos, hombres contra mujeres, trabajadores contra empresarios. Porque sembrasteis desconfianza, odio y resignación. Porque mancillasteis lo sagrado como la libertad, la educación, la justicia, la verdad… la democracia.
Lo vuestro ha sido un proyecto de demolición. No solo política, sino moral. Habéis vaciado las palabras, tergiversado los valores, despreciado lo que hace de una sociedad algo más que la suma de sus individuos. Destruisteis el alma de la convivencia. Y eso, miserable, no se perdona con sonrisas ni eslóganes.
Hay cosas que no se contabilizan en euros ni en encuestas. Se notan en los silencios familiares, en la pérdida de fe en el futuro, en la tristeza del que ya no cree en nada. Heristeis la dignidad del ciudadano como ser libre y consciente. Le robasteis el alma. Por robar, hasta estáis dispuestos a robarles su estado de derecho.
Habéis jugado con la confianza, abusado del lenguaje, ridiculizado al que pensaba diferente. Habéis insultado la inteligencia, secuestrado la esperanza. Y eso no se olvida, créeme.
Por eso os desprecian. Porque confundisteis gobernar con someter. Porque quisisteis reeducar las conciencias en lugar de servirlas. Porque rompisteis los lazos invisibles que sostienen una nación, la verdad compartida, la memoria común y el respeto al otro.
El alma del pueblo se resquebrajó con cada burla, con cada mentira, con cada ofensa y humillación, con cada tribuna desde la que os reíais del sentido común y la nobleza del pueblo. La sociedad no se rompió por sus diferencias, sino por vuestra obsesión de enfrentarlas. La grieta no fue espontánea la fuisteis cincelando con método, con cálculo, con cinismo.
Yo no os odio. El odio aún concede una importancia que no merecéis.
Yo os desprecio y os responsabilizo, desde el fondo del alma, de esta trágica realidad. Con la serenidad amarga de quien ha visto demasiado y ha callado —quizá— durante mucho tiempo.
Lo vuestro no es una derrota política, eso quisierais. Es una quiebra moral. Un desprecio irrevocable hacia lo que sois y representáis.
Y no será olvidada.
Juan A. Pellicer
Sursum Corda (Arriba los corazones)
Estoy de acuerdo contigo, el odio es algo muy peculiar en las personas que no creen en la domocracia si piensas y dices lo que ellos quieran ya no te odian. Historicamente la izquierda española no a creido nunca en la democracia
Así es como dices Jose, desgraciadamente esta izquierda no es capaz de entender las bases y fundamentos de la concordia. Son así, siempre lo han sido. Un abrazo junto a mi agradecimiento por hacerte eco de mis letras.