“Callar es dejar la puerta abierta al verdugo.”
(Albert Camus)
Hay días en los que uno preferiría no saber. Días en los que la verdad no ilumina, sino que abrasa. Y sin embargo, no basta con saber. Hay que decirlo. Hay que escribirlo aunque duela, aunque incomode, aunque expulse del cómodo salón de los que aún se creen “moderados”.
Lo que está ocurriendo esta semana no puede tratarse como una noticia más. No puede ser camuflado entre titulares menores ni normalizado como si no estuviera pasando nada. Pero tampoco puede entenderse como un hecho aislado. Lo que ha ocurrido esta semana en España es solo uno más de los muchos síntomas que evidencian una deriva profunda, trágica y peligrosa en nuestro sistema democrático.
Las informaciones publicadas apuntan a que desde el interior del partido que hoy gobierna se estarían articulando movimientos para desprestigiar, cuando no directamente, desactivar, presuntamente, la unidad de la Guardia Civil que investiga casos de corrupción ligados al poder político.
Esa unidad actúa bajo mandato judicial. No por iniciativa propia, no por intereses partidistas, sino por el cumplimiento estricto de su deber. Y, sin embargo, se la señala, se la cuestiona, se la pretende neutralizar. No es la primera vez que ocurre, ni será la última si no se detiene esta deriva. Porque esto no va de una unidad concreta, sino de un patrón que se repite basado en que todo aquello que no se somete al relato oficial debe ser desacreditado, desmontado o silenciado. Ejemplos hay de ello.
España asiste desde hace tiempo al desmantelamiento metódico de los contrapesos institucionales. Se colonizan organismos, se manipulan mayorías, se pervierte el lenguaje democrático mientras se vacía de contenido. Se gobierna mediante pactos ocultos, chantajes de salón y estrategias comunicativas que sustituyen la verdad por consignas. Y mientras tanto, la oposición se desdibuja, los medios callan, tragan o pactan, la justicia es presionada, y la sociedad parece narcotizada.
Lo que estamos viviendo no es un sobresalto, es una transformación. Y no hacia adelante, sino hacia abajo. Se castiga la excelencia, se premia el servilismo, se desacredita al juez que no se pliega, al periodista que no se alinea, al ciudadano que no se traga el discurso. Se extiende la idea de que todo es relativo, de que todo vale. Y no, no todo vale.
No se puede hablar de democracia si se dañan las instituciones que la garantizan. No se puede hablar de libertad si se señala como enemigo a quien investiga con independencia y desde el imperio de la Ley. No se puede fingir normalidad cuando lo que se instala es la amenaza, el miedo, el descrédito y la mentira.
Lo ocurrido con la unidad de la Guardia Civil es grave, sí, gravísimo. Pero lo más grave es lo que revela, que no es otra cosa que comprobar que ya se ha perdido la vergüenza de hacerlo a la vista de todos, con la certeza de que nada pasará. Esa impunidad abierta es el verdadero abismo.
Lo que ocurre no necesita interpretación, solo valentía para ser nombrado. Lo que vendrá dependerá de cuánto seamos capaces de ver, asumir y de afrontar. Porque hay momentos en los que callar no es prudencia, sino renuncia.
Y este, sin duda, no es momento de renunciar.
Juan A. Pellicer
Sursum Corda (Arriba los corazones)
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