«No se entra impunemente en la mentira sin convertirse en mentira uno mismo.
«(Marguerite Yourcenar)
Entiendo que desde las “cimas” de la popularidad —se trate de arte, política, teatro, cine, deporte o la farándula en general— se sufra un prurito crónico por seguir “estando”. Estar en la foto, en el titular, en el foco. Aunque el foco ya no alumbre talento sino docilidad; aunque la foto sea de carnet penitenciario. Entiendo también que el ego, tan voraz como ciego, no soporte el silencio. Y que para no oírlo, se prefiera firmar manifiestos impuestos y enlatados antes que reflexionar desde la honestidad.
Pero lo que ya no entiendo —o más bien no acepto— es ese desfile de personajes “muy importantes para sí mismos” posando como escuderos de un régimen que ya no necesita maquillaje sino un forense. Me cuesta digerir que quienes un día encarnaron palabras como dignidad, libertad o compromiso, hoy presten su imagen para apuntalar el descrédito, la propaganda, la corrupción, la desigualdad, el enfrentamiento, el esperpento…
¿Qué celebran exactamente? ¿El hundimiento institucional? ¿La compra de votos? ¿Los indultos a medida? ¿La erosión sistemática del Estado de Derecho bajo la coartada del progreso? ¿O celebran simplemente que aún los llamen para algo?
El sanchismo —permítaseme el término, aunque suene a enfermedad tropical— ha logrado lo que parecía imposible, que parte -quizá minoritaria pero muy dependiente- del mundo cultural regrese al vasallaje, a la corte palaciega donde lo importante no es crear, sino complacer. Y allí están ellos y ellas, firmando, como si firmar los librara del juicio moral y social. Como si su adhesión valiera más que su silencio.
Me resulta revelador que muchos de estos firmantes -y firmantas– no estén precisamente en su mejor momento creativo. Que sus carreras vivan ya más del eco que del canto. Que la ovación que buscan no venga del pueblo, sino del aparato. Y, sobre todo, que confundan el arte con la obediencia, la cultura con el servilismo, la libertad con la subvención. «Cuando los aduladores son muchos, es que el tirano está desnudo», dejó escrito Thibon. Dicho lo cual, el espectáculo no puede ser más evidente.
Yo, que alguna vez aplaudí a algunos de ellos, hoy no puedo evitar el vértigo de saberme decepcionado. Tal vez no fueron sus obras las que me conmovieron, sino su pose. Tal vez la escena no era más que una coartada, una prolongación del guion oficialista que tan bien supieron -como hoy- interiorizar.
Pero no importa. La historia es paciente. Tarde o temprano se sabrá quién fue autor y figurante. Quién escribió con sangre y quién firmó por encargo. Y, mientras tanto, que sigan firmando, si así callan la conciencia. Que firmen en mármol, en pergamino o en cartón reciclado. Pero que sepan que también el mármol, cuando se fragmenta, deja de ser monumento y pasa a ser ruina.
Juan A. Pellicer
Sursum Corda (Arriba los corazones)

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