La gamba por bandera©

por | May 7, 2025 | 4 Comentarios

“Nada hay más despreciable que el adulador del poder cuando finge representar a los que sufren.” (Simone Weil)

Hay hombres que no sudan. No porque trabajen poco —que también—, sino porque hace años que vendieron su frente. Algunos, incluso, llevan una pashmina al cuello como si fuera una medalla invisible, cuando en realidad es sólo la bufanda de la subvención bien anudada. De todos ellos, Pepe Álvarez brilla con luz propia. Luz de neón barato y menú subvencionado.

El primero de mayo volvió a pasar como una nota a pie de página. Apenas un eco sin fuerza, una convocatoria desangelada que ni sus propios liberados sindicales tuvieron a bien respaldar. ¿Y qué hizo el orador de turno, el líder sin tribu, el pastor sin rebaño? En lugar de preguntarse por qué la calle ya no les pertenece, decidió señalar al enemigo invisible. La “internacional fascista”, dijo. Tal cual. Lo mismo que repiten los sátrapas de otras latitudes cuando ya no tienen obreros, ni banderas, ni razones.

No habló, por supuesto, del generoso caudal que su sindicato recibe del Gobierno. Ni de la sospechosa relación entre el silencio y el saldo. No habló de las nóminas de sus fieles, ni del marisco en las reuniones, ni de la alquimia que convierte las causas obreras en obediencias decorativas. En vez de eso, dedicó un tiempo precioso a despreciar a los que llevamos con orgullo una pulsera con los colores de España. ¡Qué atrevimiento! Amar la patria en público sin pasar por caja ni pedir permiso.

A mí, personalmente, me encanta llevar esos colores. No por nostalgia, sino por respeto. Por memoria. Por todo lo que representan. Los llevo en la muñeca, en mis libros, en mi ropa, en la piel si me apuran. Porque cada uno honra como puede y como quiere. Y si eso incomoda a algunos, mejor: no vine al mundo para gustarles, sino para no parecerme a ellos.

Y tú, Pepe, símbolo cansado de un sindicalismo domesticado, no representas a los trabajadores, simplemente los gestionas. Como se gestionan los silencios a cambio de presupuestos, como se gestionan las causas que ya no arden porque hace años las apagaste con vino caro, gambas y discursos reciclados. Te disfrazas de obrero, pero hueles a despacho alfombrado y a servilismo sin rubor. No has pisado una fábrica con la dignidad de quien defiende al que suda, te has conformado con recorrerlas como quien visita un decorado ajeno, desde la distancia tibia del que ya no recuerda lo que es tener un jefe sin nómina pública. – ¿cómo lo vas a recordar, Pepe? ¿De cuándo es tu última nómina como trabajador? – No eres interlocutor, eres intermediario del poder, otro mantenido más. Un celador del conformismo. Un testigo mudo con tarjeta de acceso.

Algún día, cuando todo esto pase, te recordarán no por lo que hiciste, sino por lo que no hiciste cuando debías. No hay traición mayor que la de quien prometió representar a los suyos y prefirió representarse a sí mismo. No hace falta insultarte. Te basta con mirarte. Si aún te atreves.

La verdadera vergüenza no está en lucir una bandera, sino en utilizarla como trapo de cocina ideológica. La verdadera traición no es disentir, sino callar cuando se atropella la justicia social en nombre de un relato prefabricado. Lo que molesta a estos ilustres bienpagados no es el color rojo y gualda, sino que haya quienes lo luzcan sin pedir subvención a cambio. Les duele la independencia del alma.

Decía Georges Sorel que “El sindicalismo no es una maquinaria de reparto, sino una afirmación ética del valor del trabajo y de la dignidad de los hombres libres”. Qué lejos estáis, señores de UGT y CCOO, de ese sindicalismo que elevaba al obrero y no lo pastorea como ganado domesticado.

Pepe y compañía deberían entender que los tiempos han cambiado. Que ya no basta con montar una tribuna y gritar cuatro consignas rancias para que la dignidad acuda a la cita. El pueblo no es tonto. Y cuando los sindicatos son el eco de un poder y no su contrapeso, la historia se encarga de retirarlos con la misma indiferencia con la que se tira un panfleto mal impreso.

Y cuando eso ocurre —como ahora—, ya no hay pancarta que los salve ni mariscada que los consuele. Sólo queda el silencio. Y la vergüenza.

Pepe, nos vemos el próximo año, si quieres llevo yo las gambas, las del Mar Menor de España son maravillosas, por cierto.

Juan A. Pellicer

Sursum Corda (Arriba lo corazones)

4 Comentarios

  1. José Ángel Castillo Vicente

    Lúcido retrato de un apesebrado sin vergüenza, excremento de gamba vieja y, como genialmente has escrito, fiel exponente de la sucia relación entre «el silencio y el saldo».
    Felicidades.

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    • Pellicer

      Muchas gracias por hacerte eco de este «comegambas», perdón, de este líder sindical.
      Un abrazo

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  2. Jose Cano Fenoll

    Que razon tienes, y que bien retratas a estos vividores del sindicalismo, por eso cada vez les siguen menos obreros. Si levantaran la cabeza MARCELINO CAMACHO Y NICOLAS REDONDO que dirian hay lo dejo

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    • Pellicer

      Muchas gracias Pepe, ciertamente son una deshonra para aquellos viejos sindicalistas que si estaban comprometidos con su ideal obrero.
      Un abrazo.

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