(Un cuento que nunca ganará ningún concurso)
Érase una vez un país llamado La Libertad, y sucedía que en sus sombrías calles la creciente desigualdad, la corrupción y el trato humillante y despreciable a sus habitantes eran moneda corriente auspiciada y propagada por sus gobernantes bajo las arbitrarias y despreciables acciones del tirano Pedrusco I (rey de los miserables). Este déspota, mentiroso y gran manipulador reconocido psicópata por los que entendían de estos graves y peligrosos trastornos antisociales, ejercía su control sobre la ciudad imponiendo y propiciando toda clase de tropelías: impuestos injustos; enfrentando a sus habitantes; controlando sus iniciativas y movimientos; arriesgando y devaluando, con sus acciones y decisiones, sus bienes y pertenencias; restringiendo las libertades fundamentales de sus ciudadanos; vaciando de poder y usurpándolos él y los suyos, a instituciones y organismos …
Bajo el yugo de Pedrusco I (rey de los miserables), la ley y la justicia se habían convertido en herramientas de opresión. Las instituciones del estado estaban corrompidas ya que su única función, además de dar una apariencia de «normalidad», era la de dejarse ser utilizadas para consolidar el poder del tirano y silenciar cualquier voz disidente. Eso ocurría también con el llamado poder mediático, el cuarto poder, que se había dejado «comprar» por suculentas subvenciones a cambio de no sólo no hablar mal de la «pedrusquería», sino de intentar confundir a la población reinventando o manipulando realidades. Los habitantes de La Libertad vivían con miedo, frustrados y atenazados sabiendo que cualquier intento de resistencia podría significar represalias de todo tipo sin ningún miramiento o consideración; lo mismo se gaseaba a ancianos y personas pacíficas, se perseguía y bloqueaba en redes sociales a los llamados «disidentes», se prohibía una concentración pacífica, o se inventaban acciones o hechos falsos con la intención de responsabilizar a cualquier inocente, bien fuera grupo, colectivo o persona física. Estos comportamientos tan propios de férreas dictaduras allende los mares, también tenían ramificaciones con sus correspondientes «comisarios del régimen» a tal efecto designados, en otros ámbitos importantísimos de la vida cotidiana de cualquier sociedad: laboral, cultural, profesional, artísticos, sanitarios, educacionales, familiares, etc.
Pero con el paso de los días y fruto de la degeneración social reinante, surgió un movimiento de resistencia tan clandestino como eficaz e ilusionante, conformado por ciudadanos comprometidos con los principios del estado de derecho y la democracia dando sentido a su razón de ser como ciudadanos libres e iguales. Abogados, artistas, amas de casa, empresarios, trabajadores, sanitarios, agricultores, camioneros, pescadores, profesores, magistrados, deportistas, periodistas, modelos, aviadores, funcionarios, ingenieros, y un largo etcétera. Activistas y líderes comunitarios que nunca soñaron serlo, vieron sus vidas e intereses firmemente unidas para desafiar al tirano Pedrusco I (rey de los miserables) desde dentro del sistema legal, utilizando las herramientas de la justicia para luchar contra un régimen dictatorial de opresión, corrupción, humillación y desprecio total.
Estos valientes defensores, «pequeños» hombres y mujeres de la democracia, trabajaban incansablemente por su país. De día y de noche, relevándose en funciones y cometidos, sin tiempo para el desánimo, exponiendo y denunciando dentro y fuera, la auténtica cara del régimen, en la esperanza más que justificada de proteger los derechos fundamentales de toda la población. Organizaban protestas pacíficas en los colegios y universidades, centros sanitarios; museos; en las plazas de los pequeños pueblos y también de las grandes ciudades, en las terminales de transportes, en los recintos sociales … en todos los lugares se dispusieron concentraciones adaptadas con contenidos para ser entendidas por todas las personas y de todas las edades sobradas de justificaciones históricas y comunitarias donde se promovía la educación cívica y constructiva. Se defendía a los que sufrían injusticias de cualquier tipo a manos del régimen «Pedrusqueril», y lo que es más importante, se denunciaba con la fortaleza que da la razón y la dignidad, la opresión de un régimen con el que se debía acabar. La tiranía, la ofensa y el desprecio a los hombres no puede tener cabida en ninguna sociedad.
La lucha contra el «Pedrusquerismo» fue una batalla por los valores fundamentales de la sociedad: la igualdad, la libertad, el respeto y la dignidad humana. Los ciudadanos se rebelaron desde la ley, desafiando al tirano, no con violencia, sino con la fuerza que otorga la justicia y el estado de derecho.
A medida que aumentaba la resistencia en número y argumentos, el Tirano Pedrusco I (rey de los miserables) se encontraba cada vez más aislado. Su poder se erosionaba ya que incluso los suyos, los traidores de los que se había rodeado, también y precisamente por traidores y cobardes, lo fueron abandonando a medida que la voz y el clamor popular se hacía cada vez más fuerte, exigiendo la vuelta renacida y mejorada a lo que siempre fue la gran y admirada en todo el mundo metrópolis de La Libertad.
Finalmente, Pedrusco I (rey de los miserables), cayó derrotado y no por la fuerza de las armas la venganza o la revancha, sino por el poder de la verdad y la justicia. La Libertad experimentó una transformación radical, con instituciones renovadas y un compromiso inequívoco con los principios democráticos que la inmensa mayoría reclamaban.
La historia de La Libertad se convirtió, dentro y fuera de su geografía, en un ejemplo de cómo la resistencia inteligente, basada en los irrenunciables valores culturales, solidaridad y principios legales, puede derrotar incluso a los regímenes más opresivos. En lugar de ceder ante la violencia, la vieja -por histórica- y grande -por gloriosa- población de La Libertad demostró que la verdadera fuerza radica en la perseverancia, la inteligencia y la unidad del pueblo. Su ejemplo y determinación sirvieron como un recordatorio de la importancia de resistir y enfrentar la tiranía y el abuso de poder desde dentro del sistema legal, defendiendo, además de los valores y los derechos humanos, los de la democracia y el estado de derecho incluso -o quizá por ese motivo- en los momentos más oscuros y desgraciados de la historia.
Y colorín colorado, este cuento … ha COMENZADO.
Juan A. Pellicer
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