“La realidad se hace visible al ser percibida. Y una vez atrapada, tal vez no pueda renunciar jamás a esa forma de existencia que adquiere en la conciencia de aquel que ha reparado en ella”
(Eulàlia Bosch en Berger, 2000 [1974]: 7).
Nos encontramos ante un original compendio de cuatro obras de género poético en el que el lector accede a lo que Berger denomina como modos de ver. JPellicer hace visible al lector su realidad entrelazando el binomio recíproco imagen/palabra poéticas en tiempos y espacios concretos. El autor proyecta, comunica, al lector su lugar en el mundo circundante a través de la vista explicada, extendida, sentida, con palabras adornadas de connotación, subjetividad y belleza que se alejan de la denotación y objetividad del discurso científico y del habla cotidiana.
El autor abre una ventana hacia su paisaje interior, hacia sus sentires, dirigiendo nuestra mirada a sus emociones en diferentes momentos. La emoción, pues, constituye el eje vertebrador del presente discurso poético.
En “Paisajes de mi interior” el yo poético perdido, viendo sin mirar, se aferra metonímicamente en encontrarse a sí mismo en una realidad natural, oscura y callada. El interior del poeta se proyecta verboicónicamente en la naturaleza romántica y, en concreto, en el bosque observado como negro y mágico. De esta forma, se alzan dos isotopías: la del color, oscuro y otoñal, reflejo del lamento del alma del poeta; y la del soñar esperanzador, en el que el tiempo presente perdido y proyectado al pasado se torna en futuro anhelado donde el yo poético desearía estar.
La segunda obra del autor, “Momentos”, vuelve a presentarnos a un yo poético que derrama su emoción concentrada en instantes del ayer nostálgico y del futuro mágico. De nuevo la dicotomía pasado/futuro llena la página en blanco, como diría Colinas. Con todo, en esta obra el pasado es contemplado y expresado como un regalo extensible al lector [“(…) el ayer de todos, incluso tuyo y mío”], que se identifica con lo que mira y lee. La isotopía cromática reaparece en esta obra, pero en esta ocasión tiene una perspectiva presentista, como señalaría Fabbri, adornada de un Azul identificado, por un lado, con nuevos elementos verbales y visuales de la naturaleza: el mar y el cielo, que suponen una apertura a un mirar sereno; por otro, con el sentimiento del amor; y, finalmente, con otros colores: “Tu azul es como mi azul, es blanco, amarillo, verde (…)”. Colores cálidos y fríos unidos por el hiperónimo Azul que a todos pertenece. Estamos, por tanto, ante momentos de colores que colman la existencia del yo poético convertidos en música.
Tras estos “momentos que nos hablan en otras lenguas,/ que nos muestran otros paisajes,/ que nos transportan a nuevas sensaciones,/ y nos dejan otras emociones”, nos adentramos en la tercera obra, “Besos del alma”, donde se produce una catharsis mística del alma del poeta con el sufrimiento de la Virgen de la Caridad cartagenera. Nos encontramos a un yo poético reverente (“postrado”), mirando en silencio, cuya alma huye con su Virgen a fin encontrar una nueva vida. Una vez más la noche, el color negro, el soñar, protagonizan los versos del autor. No obstante, esta vez se asocian a una nueva dicotomía: muerte/vida, interrelacionando pasado/presente en espera de un futuro renovado.
Dicha tematización del tiempo nos introduce en la cuarta y última obra de este libro, “Calles de Madrid”. En ella, siguiendo a Arnheim, nos hallamos ante un vacío preñado de acontecimientos. El yo poético ve el vacío, esto es, “sitúa en un precepto algo que le pertenece pero que está ausente, advirtiendo su ausencia como una propiedad del presente” (Arnheim, 1998: 101). El autor comunica verboicónicamente toda una actividad vivida en las calles madrileñas presente en su memoria, de forma que el lector experimenta un tiempo ucrónico vivido en el pasado, pero instalado y detenido en el presente.
Paisajes interiores, Besos del Alma, Calles de Madrid…
Encuentros, azules, silencios, vacíos…
Emociones…
Sentires.
Lidia Pellicer García
(Doctora en Lingüística Española)
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