Lo deslumbrante del mitómano es comprobar lo «prodigioso» de su palabra, el «encanto» de su puesta en escena, lo «apabullante» de su retórica… en definitiva, la construcción de un personaje: su personaje.
Esa necesidad de crear un «alguien» en él que deslumbre, que destaque, que no admita replica y sea aceptado, valorado, admirado, aplaudido, venerado… quizá no sea más que eso, una inquietante y peligrosa necesidad.
Los poetas y escritores, algo saben de ello, entre las páginas de sus libros ¿Cuántos habrán «construido» guiados de sus musas? ¿Dónde termina el poeta y nace su juglar?
La diferencia entre el creador de la magia de las letras y el mentiroso compulsivo, estriba, creo, en que mientras que el primero goza y hace gozar con sus bellas creaturas; el segundo, sufre y hace sufrir, porque «mintiendo» -porque no puede dejar de hacerlo-, observa lo alejado que está de su alma. Y esto será así porque los caminos inventados de añagazas no tienen billete de vuelta.
Aunque te lo jure, nunca me creas si te digo que me habló un tomate. Trato de engañarte.
Juan A. Pellicer
Sursum Corda (Arriba los corazones)
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