(Este texto es una versión ampliada del publicado en El Imparcial el 11 de 7 de 2025)
Cuando una sociedad se tambalea y amenaza con derrumbarse, como sucede hoy, deben reexaminarse sus cimientos, sus valores más hondos, sus fundamentos. La corrupción que emerge escandalosamente ante nuestros ojos y a través de los medios representa solo la punta del iceberg, de esa mole inmensa que es todo el deterioro moral que va contagiándose en ondas expansivas a la ciudadanía. Por eso, no ha de extrañar que se vuelva a hablar entre nosotros de la necesidad de una urgente e imperiosa “regeneración”.
No hay regeneración político-cultural de vigor sin lo axiológico y, en concreto, sin lo ético. Lo axiológico se refiere a los ejes, principios y valores que orientan en sus fundamentos o bases nuestra existencia; de modo que, al margen de estos pilares, edificamos vanamente y sobre arena. Ahora bien, dentro del arco de los valores y principios, sobresalen en su importancia los éticos. Así, la ética representa, en efecto, una dimensión esencial e imprescindible de toda regeneración. Por otra parte, la regeneración ética y aun la político-cultural nunca se agotan, constituyen siempre un deber continuo de cualquier tiempo. La historia lo atestigua con el retorno constante del célebre regeneracionismo.
Lo que aquí queremos subrayar, en concreto, consiste en que no cabe regeneración moral sin el fomento de la libertad. La libertad supone la piedra de toque de cualquier renovación ética. ¿Por qué? Pues, ante todo, por un motivo: no hay participación auténtica en la vida ética y en los valores morales sin libertad. La justicia, la solidaridad, el respeto son claves éticas decisivas, sin duda, pero la libertad es “la puerta de entrada” a cualquier otro valor ético, como defiende J. M. Méndez. Vivir valores y principios éticos sin libertad equivale a participar de ellos solo externamente y sin adhesión interior, o solo mientras conviene o no nos quede otro remedio, o incluso para aparentar. Pero sin que nuestra conducta y vivencia ética enraícen en nuestra libertad, todo esto resulta superficial y “postureo”, un puro aparecer sin fondo ni autenticidad. Por esto, centrar la lucha contra el deterioro ético de una comunidad y de sus líderes generado más y más instituciones de control público equivale a construir la casa desde el tejado. Cuando, cercado por la corrupción, el 9 de julio, el presidente del Gobierno español anunció su serie de medidas en el Congreso comenzó precisamente con la de la creación de un nuevo ente estatal de control en este sentido. Sin embargo, la historia del totalitarismo y de la autocracia nos enseñan que no es allí donde más control estatal existe donde menos corruptelas se dan, y basta pensar para advertirlo en los países de más férrea opresión y dictadura gubernamental.
Solo la libertad vivida desde su otra cara, la de la responsabilidad, engendra ciudadanos y dirigentes éticos, ya que lo ético demanda el hábito y el ejercicio continuado de la responsabilidad. Ahora bien, la responsabilidad únicamente se aprende y crece practicándola. Hoy, pues, debemos retomar con ánimo la tarea de esta revigorización de nuestra libertad, ya que sin ella cualquier empeño moral se revela estéril. Imponer por la fuerza la virtud es vaciarla de su sentido más propio. Así, normas, prohibiciones, controles, restricciones, vigilantes y castigos o sanciones pueden resultar necesarios en determinados momentos y casos, pero no obran por sí mismos una mejora moral fecunda a largo plazo. Sin una maduración ética de la persona en libertad, no hay regeneración posible, solo una mera apariencia o cumplimiento formal y exterior de ella.
Lograr que nuestra libertad personal y comunitaria progresen y se desarrollen plenamente reclama de diversos elementos. El primero reside en la formación continua en los valores éticos y en sus dinamismos. Hay que potenciar, por tanto, sin pausa, esta dimensión axiológica de la educación. El segundo exige la reflexión personal, el propio juicio o el pensar crítico, sin el cual no hay libertad sino manipulación y masificación.
En tercer lugar, debe darse algo clave: una concepción fértil de la libertad. Y es que hoy son interminables los tópicos y falacias que pervierten su significado. Méndez explica en una de sus antinomias de la libertad -la del deber o el “sollen”- que, frente a quienes juzgan imposible la existencia simultánea de la libertad y la de los valores éticos objetivos, puesto que estos “deben” verse realizados y reconocidos, esta no puede darse sin ellos. Somos libres en sentido positivo gracias precisamente a los valores, y no elegimos que estos sean valiosos o que consistan en unos u otros. Pero justamente debido a que existen cabe el que nosotros respondamos -seamos responsables- ante sus apelaciones o llamadas. No se es más libre en medio de la nada, en la carencia de cualquier principio o referencia de valor, en el vacío que el relativismo anhela extender. Por esto, aniquilar toda huella de bondad, de unidad, de justicia y de verdad objetivas y reales no amplía nuestra libertad, sino que la anula. Regenerar nuestra convivencia, en suma, pasa por devolverle a la libertad su recto sentido y, así, su indisoluble vínculo con los valores desde su fundamento en la verdad, en la realidad. No cabe, pues, regeneración alguna, ni del occidente ni del resto del mundo, sin una axiología sólida, fundada en lo verdadero.
Finalmente, no podemos escandalizarnos o desesperarnos al contemplar muchos de los excesos, injusticias y crímenes que se cometen mediante el abuso de la libertad. Claro que estos son reales y que están cruelmente presentes. Pero la belleza e importancia de la libertad no ha de cuestionarse por esta causa. Como Méndez ha expresado con singular profundidad, el sentido de la libertad está mucho más allá de los humanos excesos que se cometen con la misma. Un solo acto de libertad y la existencia de un ser creado libre valen tanto como la suma de todos los yerros y horrores cometidos a su supuesto amparo. La libertad, en definitiva, se sobrepone a cualquier injusticia o inmoralidad y las supera. No la desterremos temerosos de estos abusos. Solo de su mano podemos vivir en plenitud como personas y, así, progresar auténticamente en un alcance moral hasta regenerar de forma continua nuestra coexistencia. No hay regeneración ética, en síntesis, de espaldas a la libertad.
Dr. D. Javier Barraca Mairal

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